¿El artista es autista o el autista se dedica al arte?
Pensemos en Anthony Hopkins, por citar el ejemplo quizás más famoso. Le diagnosticaron cuando tenía más de 70 años. Pero seguimos viéndolo como el excelente actor que brilla en muchos papeles; el hecho de que sea autista es, en el mejor de los casos, un atributo.
¿Era Mozart quizás autista? ¿Y Albert Einstein? ¿O tal vez tenían otra neurodiversidad, como se dice hoy en día, como el TDAH? Si lo supiéramos, sería lo mismo que con Hopkins: un detalle personal interesante.
La situación es muy diferente en el caso de un joven que desde su infancia ha sido diagnosticado con autismo y/o TDAH. Si los padres y el entorno no prestan más atención, esta joven persona saldrá al mundo como autista y y medirá toda su vida en función de esta circunstancia, quizá incluso la defina en función de ella.
Pero, ¿acaso hoy en día definimos una vida individual por el hecho de que la persona sea zurda? ¿O tal vez por llevar gafas? Ambas cosas eran un defecto en mi infancia, especialmente las gafas para una niña. Una vida definida por las gafas... bueno, siempre se necesita una ayuda visual. Ser zurdo ya no es un problema, al menos en los países occidentales.
Y si una artista pinta sus cuadros con la mano izquierda y necesita gafas para ello, o no, eso no es más que un atributo (quizás) interesante, y lo mismo debería aplicarse si es autista. El impacto del autismo en su vida solo concierne al público en la medida en que ella misma lo plantea, si es que lo hace. Para mí, ese es el sentido de la «inclusión»; todo lo demás es, en el mejor de los casos, una tontería y, en el peor, más discriminación.